LA FÉERIE NOCTURNE DES PYRAMIDES
GASTON PAPELOUX ET GASTON BONHEUR
RÉPUBLIQUE ARABE UNIE. MINISTÈRE DE LA CULTURE ET DE L’ORIENTATION NATIONALE. 1962.
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LA MAGIA NOCTURNA DE LAS PIRÁMIDES
Presentación: Gaston Papeloux.
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LA PUESTA EN ESCENA LUMINOSA
Henos aquí llegados al momento de hablar, a su vez, de la puesta en escena luminosa, a la cual damos gran importancia. Ella debe –ya lo habíamos avisado- “corresponder” al texto y acusar su significado, fuerza y poesía.
Pero el texto es maleable, la música flexible. La luz depende de complicadas instalaciones y se controla por medio de una consola más importante que las de los teatros. Difundida además por proyectores fijos que hay que esconder lo mejor posible por respeto al entorno, es más difícil de someter a la voluntad del director de escena. Esta rigidez, que se debe vencer a cada instante, no ha cesado de ocupar nuestro espíritu durante la creación del guión y su desglose en cuadros. Estos deben ser numerosos y variados, ya que aportan el movimiento y la emoción visual, los cuales son una gran parte del interés del espectáculo. Cada uno de ellos –la iluminación general o parcial del espacio- debe estar pensado para transmitir un significado bien particular, según el texto y la partitura.
De la composición propia de estos cuadros emanan la naturaleza y el trazado de las instalaciones técnicas de iluminación. Es por tanto la puesta en escena luminosa la que los define. Esto indica su importancia y muestra las dificultades de los ingenieros para realizar estas instalaciones que definiremos inmediatamente.
Para ser breves diremos que la puesta en escena luminosa de las Pirámides de Gizah comprende setenta cuadros repartidos en cuarenta y cinco minutos. Ninguno de estos cuadros se repite de la misma forma a lo largo del desarrollo del espectáculo. Si la esfinge, por ejemplo, aparece diez veces, en cada una presenta un rostro diferente. Cada cuadro, compuesto por una serie de efectos de luz, no dura más de cuarenta segundos de media. Pero es necesario decir que estos cuadros no se suceden de forma brusca. El estilo del espectáculo “Son et Lumière” exige que el espectador nunca vea la escena a oscuras. Los efectos se encadenan unos con otros: se compone un cuadro mientras el anterior desaparece. Esta movilidad es uno de los mayores encantos del género. El movimiento imperceptible de la luz da vida a la arquitectura y causa esa exaltación de la imaginación que nos hace creer en lo que vemos y en lo que oímos.
Para componer esos setenta efectos se han empleado cuatro colores: blanco, azul noche, rojo oscuro y amarillo anaranjado. Estos colores primarios se mezclan entre si para obtener efectos más matizados.
Si queremos dar una definición de lo que es una puesta en escena luminosa como esta, diremos que es iluminación teatral sobre un paisaje. Una serie de efectos controlados de una manera igual de precisa, desde luego, pero que se suceden a un ritmo bien distinto, ya que en la Ópera, por ejemplo, los cambios de luz se producen tres o cuatro veces por acto, mientras que aquí cada efecto dura a veces menos de un minuto. En este sentido el espectáculo de las Pirámides es uno de los más audaces aparte de los de Versailles y Vincennes, en Francia. Supera de forma natural a todos los espectáculos realizados hasta hoy por la grandeza de las escenas de iluminación. ¿Dónde podríamos encontrar un conjunto arquitectónico comparable?
Un director de escena puede explicar lo que ha querido hacer. No le corresponde decir si lo ha conseguido. El público es el único juez ya que es para él para quien hemos trabajado. Pero por lo menos podemos explicarle nuestras intenciones y las dificultades que hemos encontrado, y ofrecer así un elemento de juicio. Nuestro propósito ha sido el de mostrar por medio de la luz el aspecto fantástico e imponente del conjunto del paisaje, el extraño personaje de la Esfinge y al mismo tiempo la finura e impasibilidad de sus rasgos, la especie de eternidad que representa. Nos pareció importante traducir el sentido religioso de las Pirámides, su belleza arquitectónica, su imponente geometría y su grandeza fúnebre. La inmensidad de la necrópolis real debió ser impresionante. Convenía también presentar este importante lugar dentro de una apoteosis solemne. Por otra, parte lo colosal y sobrehumano debía desaparecer cuando se acentuara lo que permanece de todos los tiempos y todos los países en esta civilización antigua; el esplendor debía dejar lugar a la gracia.
Los contrastes, los cambios de lugar, los conjuntos y los detalles se han ordenado de tal forma que el espectador, a pesar de la inmutable fijeza del decorado, no tenga una impresión de monotonía y para que una serie de impactos espectaculares conduzca su atención hacia la apoteosis final en donde el conjunto del paisaje se ilumina completamente en un crescendo triunfal.
También nos hemos esforzado –y el público lo percibirá sin duda- en hacer concordar lo mejor posible los movimientos de la luz con el de las frases musicales que anuncian cada cuadro o lo cierran. El resultado ha sido consecuencia de numerosos ensayos durante largas noches.
Damos las gracias a los operadores de la consola que, encerrados en su cabina de control, manejan un mecanismo electrónico de precisión dependiente de la “dirección” de la puesta en escena que tienen ante sus ojos. Tienen la difícil tarea de componer unos efectos de luces que no ven y ceñirlos a la banda sonora.